Colaboraciones en revistas especializadas y periódicos realizadas entre 2011 y 2019 por María Fraile Yunta, historiadora del arte y periodista cultural especializada en arte español del siglo XX

domingo, 12 de febrero de 2012

Tàpies y el poder de la materia

     Se apoyaba sobre un bastón que revelaba su vejez y amortiguaba el peso infame de unos pulmones quebradizos. Sus manos semejaban deformes pero obedecían, como si el tiempo no pasase por ellas, a las pillerías de su mirada. Porque ésta seguía igual: traviesa como siempre cual la del mago con ínfulas de sacerdote que se mofa de la vida. Y es que el mago es aquel que trasciende la materia, pero también aquel que hace que el grito de una muchedumbre emerja en silencio. Y eso que es difícil gritar sin hacer ruido, pero es que un grito puede ser ahogado. Atronar los oídos y no sonar, tal y como lo harían los arañazos de un hombre enterrado en vida sobre el revés de un ataúd. El muerto gritaba y nadie le oía.

El mago hace que la tabla se convierta en muro y el muro en gritos de dolor. El sacerdote que esos gritos precisen de unos códigos para escucharse. Para llegar al oído de todo aquel dispuesto a percibir, se identifique o no, la angustia del ultrajo, en silencio, en un tiempo acartonado. Tal es el poder del sacerdote.

Se ocupó del sufrimiento. Primero de los sueños y después de lo grotesco. No más que de un sueño proceden esos pezones radiantes de luz de Personatjes (1947). Grotescos son esos Personajes de cartró (1947) a medio camino entre muñecos y pingajos: deforman la esencia humana, en sí misma grotesca. Nos reímos, pero es parte del juego. 


Pasaron los 40’, llegaron los 50’ y los muñecos sucumbieron. Aparecieron las cuerdas, los hilos, los trozos de papel y de cartón, los collages… De ahí el Collage del paper moneda (1951) donde, además, asoman ya señales del estilo posterior: un aspa -tan recurrente en él junto a otros signos y letras como la T o la cruz- pero, también, un fondo sucio que anuncia esas obras tratadas con tierras, polvos y colas… Convertidas en muros atestados de rasguños y pintarrajos dejados al azar por el Tiempo. ¿El de quién?. El de una colectividad que decía estar ahí: el de cualquiera, el de uno mismo. Porque las obras de Tàpies fueron pintadas por él pero construidos por todos. Por todos aquellos que alguna vez han querido gritar y no han podido hacerlo. O sí, pero sólo garabateando de forma anónima en un muro o una tapia cual el enterrado que con sus uñas rasguñaba el ataúd.


Qué decir tiene esa Composición vertical negra colmada de incisiones (1960), o ese Infinito (que no lo es) flanqueado por palabras sueltas (1988), o esos Jeroglíficos atestados de cruces (1985)... O ese Què fem (1974) que introduce, además, restos de la vida cotidiana... Éste reza “Qué fem? On anem? Dón venim? Però aquí tenim una caixa de llapis de colors" (¿Qué hacemos? ¿Dónde vamos? ¿De dónde venimos? Pero aquí tenemos una caja de lápices de colores)... Y es que a Tàpies no le iban las cosas del Más Allá pero sí el sentido de la existencia. De una existencia que a veces sólo podía manifestarse a través de la materia ya fuera con garabatos, ralladuras o grafismos: restos, al fin y al cabo, del cuerpo humano. 


Tapies fue informalista, y lo que es más, informalista español pese a la semejanza de su obra con la del “Arte Otro”, con la de Dubuffet y Fautrier. Pero es que, sí, se desligó un tanto de los tópicos de la pintura española y, con ello, de la de Millares y Saura, pero no de lo trájico de la misma. Qué más trájico puede haber que un ser humano sin poder hablar, sea con o sin razón...


Dejemos para otra ocasión la creación de “Dau al Set” y su vínculo con el Surrealismo. Con el magicismo honírico de Miró, Klee, Brossa o Ponc en la primera etapa de su trayectoria. También su relación con el Dadaísmo y con el Arte Póvera. Y todo ello sea continuador de esa corriente catalana de “investigadores de lo oculto” de la que hablaba Gimferrer o nos traigan sus muros “más acá y no más allá” como decía Bozal… Porque quizá lo único cierto es que, como ha señalado Delfín Rodríguez recientemente, la obra de Tàpies ofrece una cartografía de la vida, aunque esa cartografía sea construida por aquel que, en cada momento, quiera transitar, descender o aflorar a través de ella.

Descanse en paz.