Decía un bando de la casa del rey en el año 1803:
“Manda el Rey nuestro Señor, y en su Real nombre la Sala de Alcaldes de su Casa
y Corte, que desde hoy y siguientes días de Carnaval ninguna persona sea osada
a tirar en las calles, plazas y paseos de ella, ni otro sitio, huevos con agua,
harina, lodo, ni cosa con que se pueda incomodar a las gentes, y a manchar los
vestidos y ropas, y a echar agua ni clara ni sucia de los balcones y ventanas
con jarros, vexigas u otras cosas. Que no se pongan masas a persona alguna, a
los perros ni a demás animales; pena a cualquiera que contraviniere a lo
referido en todo o en parte de ello, de veinte ducados y quince días de prisión
en la Cárcel Real de esta Corte”.
 |
José Gutiérrez Solana. Máscaras. 1938. |
No escaso respeto mostraba el rey hacia esas gentes
por aquel entonces, pero, a juzgar por las prohibiciones que vendrían más tarde hacia ellas mismas, esas gentes perdían bajo sus trapos no otra cosa que el decoro. Baste observar el escarnio que escapa de las fauces de
esas Dos máscaras bailando del brazo de José Gutiérrez Solana. Con un
capirote de disciplinante la una y con un antifaz de asno la otra, danzan al son de
una bota de vino que, a buen recaudo, quedará escurrida... Baste observar el
patibulario abandono a la desfachatez más absoluta de esos mequetrefes de
cartón piedra con antifaces de marranos en El entierro de la sardina...
 |
José Gutiérrez Solana. Máscaras con burro. 1936. |
Suenan trompetas y campanillas. Caen cintajos de
serpentina. Se oyen risas desatinadas, golpes de cacharrería… Y todo ello en
medio de un febril cortejo humano que parece descoyuntarse en pedazos bajo
grotescas máscaras de cartón. Deformarse por la mella que en su facha ha dejado
la exacerbación de los instintos más bajos… De ahí ese forajido echándole el
guante a las faldas de una señora sin que ésta si quiera se inmute en Máscaras en la Calle. O ese
socarrón dejando el trasero al descubierto a un niño que cae de bolo al suelo en El entierro de la sardina.
O ese jinete montado en un burro a la vez que empina una bota en Máscaras con burro...
 |
José Gutiérrez Solana. Máscaras. |
Decía Solana a apropósito de sus Máscaras en
la calle: "El paisaje presenta un aspecto desolador después del ciclón
y la lluvia de los primeros días de Carnaval. Entre los montones de barro,
abiertos por los barrenderos, se ven amasados los confetis con los pedazos de
cartón de caretas rotas, y de las ramas tronchadas de los árboles cuelgan
trozos desteñidos de trapos de disfraces y serpentinas. Las máscaras callejeras
son las que han resistido mejor y a pie firme el vendaval. La Murga Gaditana ha
ensayado todas las noches en un solar que era depósito y campo de operaciones
de unos basureros que pasaban allí la noche durmiendo en unas tejavanas de
cuyas paredes colgaban buen número de escobas, palas y carretillas. Estos
músicos han producido la indignación de los vecinos de las casas medianeras,
que se han tenido que quejar al alcalde, pues la letra que cantaban los de la
murga todas las noches, después de atracarse de vino, estaba llena de las más
obscenas palabras, que cantaban y repetían como energúmenos. Hizo esta comparsa
su salida los días de Carnaval, vestida con chaquetas que a todos les venían
cortas y sin botones, y los pocos que conservaban, como decían ellos, parecían
pegados con mocos por lo pronto que se caían. Por la espalda, encima de las
jorobas, llevaban pegadas tiras de papel.”
 |
José Gutiérrez Solana. Murga gaditana. 1935. |
Y es que los días de Carnaval eran días de
chanza. Para callejear disfrazado de cabrito. Para mofarse vestido de capellán. Para golfear con disfraz de samaritana.
Para engullir viandas con restos de sangre. Para burlar las inclemencias del
tiempo... Porque en días de Carnaval todo valía. La sinvergüencería llegaba al punto de ensombrecer el
color de las máscaras una nube alucinada, extravagante y deforme cual las
perversiones de un enajenado mental que trata de mofarse del mundo, aunque para
ello tenga que ocultarse tras la apariencia de un pelele de trapo. La moral era cosa que se olvidaba.., no más que hasta que llegase el Santo Entierro. Y decía Solana a propósito:
 |
José Gutiérrez Solana. Carnaval en un pueblo. |
"Ya se acaban las Carnestolendas. Hoy es el
último día y hay que aprovecharlo bien. Por la mañana os habrán puesto la
ceniza en la frente para que os acordéis de que no somos más que polvo y que en
él nos hemos de convertir. Tampoco probaréis carne; despediros de ella porque
habréis entrado en la Cuaresma. Catarás boquerones, truchas, arenques y
sardinas, buen besugo; pero carne, esa no…, aunque ríete. Si te disfrazas todo
está permitido, y quién ha de notar si te has comido medio cabrito más o menos
o trasegaras buenos tragos de vino entre pecho y espalda. Buenas tajadas de
chorizo morderás a escondidas, entre trago y trago, si te disfrazas de máscara;
lo harás dentro de tus mangas anchas de fraile, de tu hábito de saco con un
rosario de patatas a la cintura y la faltriquera apedreada de chorizos y
mendrugos y un queso manchego, y tu bota de buen morapio; pero debajo de la
careta de trapo, llena de yeso y pintarrajeada, cuando comas carne a
hurtadillas para que no te carguen el santo de hereje, y tú harás bien el papel
de santurrón e hipócrita”, decía Solana a propósito del cuadro Las últimas
máscaras…
 |
José Gutiérrez Solana. El entierro de la sardina. |
Natural es que en la pintura y en la literatura de
un pintor de la “España Negra” abunden las referencias a las máscaras. Abundan en cuadros como El Carnaval de Tetuán, El Domingo de
Piñata en el rastro o El entierro de la Sardina, -por no hablar de
muchos más-. Pero en Solana estas referencias van mucho más allá, pues afloran en cada una de las obras en las que, sin hablar del
Carnaval, da vida al concepto de la "España Negra". Como en El
Desolladero, en Esperando la Sopa o en Las Coristas, en ellas hay un
aire arrabalero. Un tono sucio y marginal que muestra la locura de los aldeanos
en medio de la pobreza y el aislamiento. Pero lo que es más, hay un tono macabro. En
ellas la vida se deforma involuntaria o voluntariamente en favor de una
imagen tipificada y, por ende, enmascarada: la de un clérigo, la de un boticario o la de un
matador de toros petrificados bajo la piel de un automatismo acartonado que respira tras la apariencia de un muñeco de trapo.