El resplandor de la luna sorteaba las ramas aumentando la
intensidad del blanco de su casulla, pero también logrando que las sombras
creadas en cada uno de sus pliegues recreasen la ambivalencia de su alma. Con
su enharinado rostro refulgente de luz y su cabeza enfundada en un gorro tan
negro como los enormes botones de su traje, Pierrot vagaba silencioso
por el bosque. Sin aparente rumbo y tratando de ocultarse a los ojos de la
gente, Pierrot hablaba, cantaba, ¡gritaba! Había llegado su hora: había caído la
noche y su apariencia cómica y agradable había tornado en lunar y misteriosa.
En terrible y descarnada. Era hora de poner en marcha sus temibles intenciones.
Gritos angustiados, berridos delirantes, voces descarnadas.., todos los habitantes del bosque podían escuchar su infernal canto pero ninguno se atrevía a salir de su guarida. La expresión aterradora del mismo les paralizaba la respiración y les movía a esconderse en lo más recóndito de ésta. No era Pierrot quien cantaba. Era su alma, pues sólo el alma es capaz de emitir unos sonidos tan profundos e infernales. Es él quien pone su engranaje en marcha cuando la angustia, el miedo, la tensión y el delirio turban nuestra existencia; quien trabaja cuando el ser humano siente ese irrefrenable deseo de crear para librarse, como Pierrot, de la angustia vital a la que la represión le tiene condenado.
La comadreja, el ratón, la liebre y todos cuantos alcanzasen a
escuchar el terrible recital querían evitar a Pierrot, pero más que a Pierrot,
querían evitar que aflorase el miedo que veía la luz cuando aquellos fantasmas
habidos en lo más profundo de su alma se colaban en su consciencia; aquellas
turbulencias que sacuden a todo ser, humano o no, cuando descubre que lo
familiar se ha hecho extraño, que lo más recóndito y oscuro de su existencia se
apodera de su apariencia más afable e inocente; que lo siniestro, en
definitiva, no es sólo una categoría acuñada por Freud, sino una
realidad adherida a nuestro yo más íntimo que las obras engendradas dentro del
Expresionismo hacen cobrar vida.
![]() |
Edward Munch, "El Grito·, 1893. |
'Pierrot Lunaire' es una de ellas. A medio camino entre el habla, el canto y el
grito, a través del Sprechgesang, Arnold Schöenberg
compuso una obra en la que la atonalidad, la distorsión y la violencia de la
melodía fuese capaz de expresar el patetismo, la desesperanza y el desasosiego
emanado de lo más profundo del alma de la sociedad que la vio nacer...
¿Angustiada? ¿Temblorosa? ¿Negativa? Corría el año 1912. En dos años estallaría
la Gran Guerra y ya nada podría ser igual. El drama se apoderaría no
sólo de aquellos civiles revueltos entre el lodo de las trincheras dos años más
tarde, sino también de aquellos nacidos para contar al mundo lo que acontecía y
lo que estaba por acontecer.
Algunos, como Schöenberg, lo
harían traduciendo su lectura en distorsionados sonidos, y otros, como Wassily
Kandinsky o Paul Klee, dibujando su forma con los pinceles, pero
todos participando de ese carácter profético y visionario que intuía los
horrores que estaban por llegar. “Todo eran preparativos de guerra”, “a lo
lejos se escuchaba el estrepitoso avance de los Jinetes del Apocalipsis” diría Franz
Marc al rememorar aquella época... De nada servía ya la tonalidad.
Tampoco la figuración. Schöenberg puso sonido a los cuadros de Kandinsky y
Kandinsky puso color a las notas de Schöenberg, pero ya no era posible hacerlo
con el lenguaje de antaño. Sólo con un lenguaje nuevo se podía hablar de algo
nuevo y, además, aún ininteligible.
Perteneciente a la Segunda Escuela de Viena, Schöenberg
había formado parte de Der Blaue Reiter, grupo de artistas
surgido en Munich en torno al que pintores, músicos y literatos se
codeaban entre sí en pro de un mismo pálpito: el ser humano estaba en crisis,
el mundo estaba en peligro y el arte, la música y la pintura no podían eludir
su cometido: expresar el calambre que corría por el alma de aquellos cuya gestalt
se manifestaba de una forma más virtuosa y era capaz de manifestar el
sentimiento más hondo del hombre del
momento.
Círculos
infernales... Agujeros abiertos a la realidad mundana a través de los que
atisbar otros mundos... Horizontes mágicos, apotrofaicos y amenazadores...
Miradas destructivas, equívocas y ambiguas que observan sin ser observadas...
Máscaras en las que lo visible se torna invisible y lo invisible visible...
Fuerzas malignas... Carruseles que giran y giran hasta hacer entrar en un
estado alucinatorio... Atmósferas mágicas, ardientes y peligrosas... Chamanes
que giran al son de sus canturreos y arlequines de poco fiar que danzan al
ritmo de la muerte... Fogonazos coloreados, fosfenos centelleantes, figuras
geométricas... Puntas afiladas, luminosas y palpitantes... Líneas quebradas...
Sonidos agudos, chirriantes y depravados.., nos remiten a horizontes habitados
por fuerzas ambivalentes y destructivas a cuya estela podemos subirnos para
adentrarnos en lo más íntimo, irreductible e inconfesable de nuestra propia
existencia y, por qué no, redimirla de sus propios males.
'Pierrot Lunaire' es una de esas estelas. Schöenberg lo logró.
PUBLICADO EN "FANZINERADAR.ES
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