Al poco de correrse aquel portón
negro y entrar, el agua empapó mis pies que, sobre las sandalias mojadas, se
escurrían hacia delante hasta tocar con la planta el suelo y sentir la
rugosidad de la hierba húmeda, que enseguida se coló entre mis dedos y empapó
la parte baja de mis pantalones azules. Me los arremangué hasta donde pude, y
decidí olvidarme del frío que sentían mis extremidades para iniciar el
recorrido por aquella alfombra verde sobre la que una lluvia fina regaba los
árboles de hierro oxidado que crecían en la misma, conformando un silencioso
bosque cuyo estío solo sería alterado por el eco del Peine interrogando al vacío.
El cielo era gris, ni un resquicio de
aire en movimiento hacía presagiar que el viento fuera a dejarse acariciar, ni
un resquicio de luz, que el diálogo fuera a dar frutos complaciendo así el alma
ansía de música etérea, pues el timbre del metal resonaba en la misma hasta
componer las notas de una silenciosa melodía cósmica...
Pero avancé, y las yemas de mis dedos palparon la piel moldeada al calor del fuego y ahora expuesta al agua, al aire, al sol que brilla en el horizonte herido por el vuelo de los pájaros cuyas alas baten el aire dialogando en el vacío. “Rumor de límites, canto rudo: el viento, antiguo nombre del espíritu, sopla y gira incansablemente en la casa del espacio, hermano gemelo del tiempo” (1), materia en que habita el espíritu avivado por el fuego en el yunque de los sueños, pues de hierro son los sueños de las ramas que indagan, preguntan, descienden, ascienden cual el canto de las aves.
Pero avancé, y las yemas de mis dedos palparon la piel moldeada al calor del fuego y ahora expuesta al agua, al aire, al sol que brilla en el horizonte herido por el vuelo de los pájaros cuyas alas baten el aire dialogando en el vacío. “Rumor de límites, canto rudo: el viento, antiguo nombre del espíritu, sopla y gira incansablemente en la casa del espacio, hermano gemelo del tiempo” (1), materia en que habita el espíritu avivado por el fuego en el yunque de los sueños, pues de hierro son los sueños de las ramas que indagan, preguntan, descienden, ascienden cual el canto de las aves.
“Más vale ciento volando que pájaro
en mano” (2), “yo no entiendo casi nada, pero comparto el azul, el amarillo y el
viento”... (3) No hay viento sin espacio, no hay espacio sin tiempo, no hay tiempo sin
hojas que caen en el vacío presas del yunque que al calor del fuego engendra
brazos con que aprehender lo inaprehensible, aquello huidizo que habita en el
horizonte herido por el vuelo de los pájaros que cantan a la vez que nieva
sobre luz mientras las olas se funden con el cielo, pues “la mar quiere ser
nube” (4).
“No vi el viento moverse, vi moverse
las nubes, no vi el tiempo pasar, vi caerse las hojas” (5) a través de la pupila de
un ser vivo enfrentado a otro al que reta, sucumbiendo unas veces,
conformando entrelazos que persiguen caminos inexplorados de libertad otras y
aconsejando al espacio e invitando a mirar a través de sí un tronco de madera
que dice canto, pues “el alabastro dice luz, el hierro dice viento, la madera
dice canto, y todos dicen espacio” (6).
“Al alba busca su nombre lo
naciente” (7), aquella rama que, jugando a ser libre, se eleva hacia el cielo al desprenderse
del abrazo mientras otras se entrelazan en medio de un
espacio que, cual puzle a cartabón, se burla del de arriba…, pues “aquí mi
maestro la mar”..., (8) la mar de la que brotan las olas que se funden con las nubes
emitiendo un sonido que inquieta al alma al comprobar que empequeñece postrada en el
acantilado en que se escucha el canto de los pájaros que interrogan al vacío.
¿Y qué es el vacío?
El lugar que el espacio cede a la libertad. ¿Y qué es el espacio? El lugar en
que habita el viento que no vemos. ¿Y qué es el viento? El aire en movimiento
que hace a las hojas caer. ¿Y qué es el aire? Aquello que hace que los pájaros
canten. ¿Y qué es el canto? Aquello que se escucha cuando del aire brota el
fuego, del fuego brota el yunque y del yunque el sonido que retumba en el alma
hasta componer la melodía de un diálogo frente al mar, sobre el acantilado en
que conversar con las nubes, con las olas, con el viento que hace que el canto
de los pájaros penetre en el espíritu hasta componer una melodía que suena
eternamente.
“Yo no entiendo casi nada, pero comparto
el amarillo, el azul y el viento”... (9): el fuego, la mar y el viento que aviva el
fuego con el que interrogar a la mar cuyas olas se funden con las nubes que
oxidarán mi cuerpo caduco a la vez que harán que el canto suene eternamente en
el horizonte... Porque “yo no entiendo casi nada, pero comparto el amarillo, el
azul y el viento” (10) peinado por las aves cuyo canto interroga al horizonte herido
por el yunque de los sueños.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja aquí tu comentario...