Colaboraciones en revistas especializadas y periódicos realizadas entre 2011 y 2019 por María Fraile Yunta, historiadora del arte y periodista cultural especializada en arte español del siglo XX

viernes, 5 de octubre de 2012

Sobre la exposición "Paraísos y paisajes en la colección Cármen Thyssen". De Brueguel a Gauguin". Publicado en "Tendencias del Mercado del Arte" el 1 de Mayo de 2012.


                              
    “Ha sido una feliz coincidencia que el título y el asunto de esta muestra tenga que ver con el poema Málaga, Ciudad del Paraíso, que Vicente Aleixandre dedicó a la ciudad de Málaga. El poeta pasó su infancia en esta ciudad mediterránea  y sus versos son emocionantes: Siempre te ven mis ojos, ciudad de mis días marinos, colgada del imponente monte, apenas detenida en tu vertical caída a las ondas azules…” Y es que, como indica Lourdes Moreno, directora del Museo Carmen Thyssen de Málaga, la exposición que acaba de inaugurar en el mismo -Paraísos y Paisajes en le Colección Carmen Thyssen. De Brueguel a Gauguin- “trata de acercar al público del museo la colección de la baronesa partiendo del concepto de Paraíso y de Arcadia. De mostrar, a partir de los textos y de la tradición bíblica y grecolatina, diversas visiones del Paraíso”.


Señala Francisco García en el catálogo de la muestra: “El ansia por recrear el paraíso perdido ha sido una de las aspiraciones de toda la historia del arte (…) La conquista de lo bello, núcleo central del arte occidental hasta la contemporaneidad, puede entenderse como la búsqueda de los restos de ese paraíso en la Tierra, una especie de demostración inconsciente de que el Edén no se ha perdido del todo…” Y tanto es así: la exposición lo pone de manifiesto exhibiendo obras de entre los siglos XVII y XX que atestiguan esa recurrencia al paisaje en el arte como recurso a través del cual redimir esa nostalgia producida por la expulsión del Paraíso.


Ejemplo de todo ello y punto de partida del discurso expositivo es El jardín del Edén, de Jan Brueghel el Viejo (1610-1612), una obra que recrea el ambiente bucólico y sereno del mismo: al fondo de un idílico paisaje habitado por animales que conviven en armonía, juguetean Adán y Eva… Pero en la exposición también hay obras, como las de Josephsz van Goyen, donde, a partir de la tradición holandesa, hay un acercamiento al paisaje más realista. 


No faltan ejemplos en ella que muestran -según la comisaria- cómo “en Francia e Italia la representación del paisaje se sitúa dentro de la tradición clásica vinculada a la Arcadia, implicando una representación simbólica y poética del natural que busca el equilibrio entre el hombre y la naturaleza”. Tampoco paisajes dieciochescos -como los de Francois Boucher- “donde la escena pictórica queda enmarcada en escenografías de vegetación exuberante y elementos arquitectónicos de tradición clásica”. 


Sin embargo, fue en la primera mitad del siglo XIX cuando la primacía del sentimiento hizo del género del paisaje la mejor vía de expresión, estando por ello el paisajismo de este siglo ampliamente representado en la exposición. De ahí la presencia  en la misma de varias obras de paisajistas norteamericanos como Albert Bierstdat o Frederic Edwin Church, quienes “mostraron la importancia del territorio como símbolo de identidad y reflejaron, desde las premisas del Romanticismo, visiones grandiosas del paisaje americano”. O la muestra de obras como las del alemán Fritz Bamberger, “que convirtió la costa malagueña en protagonista de su obra”. Sin olvidar, entre otras, las de Genaro Pérez Villaamil o las de Carlos de Haes, “punto de inflexión de la pintura de paisaje en España en cuanto a sus clases en torno a la toma de apuntes del natural”.

Si bien todo ello da paso a la representación de un paisaje cada vez más realista, como el de la Escuela de Barbizon o el de los pintores impresionistas -también representados-, la muestra atestigua, a través de obras de pintores como Paul Gauguin o Edvard Munch, cómo a finales del siglo XIX y principios del XX el paisaje tiende, cada vez más, a mostrar el universo personal e íntimo de cada artista… Y es que, como señala la directora del museo y comisaria de la misma: “Con esta exposición, a la vez que invitar al gran público a que se acerque, profundice y disfrute del conocimiento de una de las colecciones de arte más emblemáticas de nuestro país, se quiere ofrecer una revisión de ese concepto de paisaje sereno e idealizado”.




Hacia 1590, el Manierismo había dado lugar a un tipo de obras que, a pesar de su perfección técnica, se habían alejado de la fuente contenedora de la belleza ideal: la naturaleza, por lo que los hermanos Carracci, procedentes de Bolonia, comenzaron a elaborar un tipo de paisaje donde ésta tenía gran preminencia. No representaban una naturaleza completamente desnuda, pues funcionaba como marco de acciones humanas de carácter mitológico y religioso, pero estas acciones, en lugar de restarle protagonismo, incrementaban su dignidad, haciendo germinar la semilla que, posteriormente, llevaría a hablar de paisaje ideal…



Como en El monje frente al mar de Friedrich, en Las Cataratas de San Antonio (1880-1887), de Albert Bierstdat, un diminuto hombre contempla de espaldas la grandiosidad del inmenso paisaje que se revela frente a él… Y es que, en la primera mitad del siglo XIX, durante el Romanticismo, el ser humano comenzó a ser consciente de su insignificancia frente a la inmensidad de la naturaleza, frente a la imposibilidad de controlar un paisaje que ahora se tornaba sublime. Fue entonces cuando comenzó a fraguarse la tragedia latente en toda la pintura del siglo XX -presente en obras de pintores como Gauguin, Derain o el propio Picasso-: el deseo de recuperar esa vida en comunión plena con la naturaleza y la absoluta imposibilidad de poder hacerlo.




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