“Ha sido una feliz
coincidencia que el título y el asunto de esta muestra tenga que ver con el
poema Málaga, Ciudad del Paraíso, que
Vicente Aleixandre dedicó a la ciudad de Málaga. El poeta pasó su infancia en
esta ciudad mediterránea y sus versos
son emocionantes: Siempre te ven mis
ojos, ciudad de mis días marinos, colgada
del imponente monte, apenas detenida en tu vertical caída a las ondas azules…”
Y es que, como indica Lourdes Moreno, directora del Museo Carmen Thyssen de
Málaga, la exposición que acaba de inaugurar en el mismo -Paraísos y Paisajes en le Colección Carmen Thyssen. De Brueguel a
Gauguin- “trata de acercar al público del museo la colección de la baronesa
partiendo del concepto de Paraíso y de Arcadia. De mostrar, a partir de los
textos y de la tradición bíblica y grecolatina, diversas visiones del Paraíso”.
Señala Francisco
García en el catálogo de la muestra: “El ansia por recrear el paraíso perdido
ha sido una de las aspiraciones de toda la historia del arte (…) La
conquista de lo bello, núcleo central del arte occidental hasta la
contemporaneidad, puede entenderse como la búsqueda de los restos de ese
paraíso en la Tierra, una especie de demostración inconsciente de que el Edén
no se ha perdido del todo…” Y tanto es así: la exposición lo pone de manifiesto
exhibiendo obras de entre los siglos XVII y XX que atestiguan esa recurrencia
al paisaje en el arte como recurso a través del cual redimir esa nostalgia
producida por la expulsión del Paraíso.
Ejemplo de todo ello
y punto de partida del discurso expositivo es El jardín del Edén, de Jan
Brueghel el Viejo (1610-1612), una obra que recrea el ambiente bucólico
y sereno del mismo: al fondo de un idílico paisaje habitado por animales que
conviven en armonía, juguetean Adán y Eva… Pero en la exposición también hay obras, como las de Josephsz van
Goyen, donde, a partir de la tradición holandesa, hay un acercamiento al
paisaje más realista.
No faltan ejemplos en ella que muestran -según
la comisaria- cómo “en Francia e Italia la representación del paisaje se
sitúa dentro de la tradición clásica vinculada a la Arcadia, implicando una representación
simbólica y poética del natural que busca el equilibrio entre el hombre y la
naturaleza”. Tampoco paisajes dieciochescos -como los de Francois Boucher- “donde
la escena pictórica queda enmarcada en
escenografías de vegetación exuberante y elementos arquitectónicos de tradición
clásica”.
Sin embargo, fue en la primera mitad del siglo
XIX cuando la primacía del sentimiento hizo del género del paisaje la mejor vía
de expresión, estando por ello el paisajismo de este siglo ampliamente
representado en la exposición. De ahí la presencia en la misma de varias obras de paisajistas
norteamericanos como Albert Bierstdat o Frederic Edwin Church, quienes “mostraron
la importancia del territorio como símbolo de identidad y reflejaron, desde las
premisas del Romanticismo, visiones grandiosas del paisaje americano”. O la
muestra de obras como las del alemán Fritz Bamberger, “que convirtió la costa
malagueña en protagonista de su obra”. Sin olvidar, entre otras, las de Genaro
Pérez Villaamil o las de Carlos de Haes, “punto de inflexión de la pintura de
paisaje en España en cuanto a sus clases en torno a la toma de apuntes del
natural”.
Si bien todo ello da paso a la representación de
un paisaje cada vez más realista, como el de la Escuela de Barbizon o el de los
pintores impresionistas -también representados-, la muestra atestigua, a través
de obras de pintores como Paul Gauguin o Edvard Munch, cómo a finales del siglo
XIX y principios del XX el paisaje tiende, cada vez más, a mostrar el universo
personal e íntimo de cada artista… Y es que, como señala la directora del museo
y comisaria de la misma: “Con esta exposición, a la vez que invitar al gran
público a que se acerque, profundice y disfrute del conocimiento de una de las
colecciones de arte más emblemáticas de nuestro país, se quiere ofrecer una
revisión de ese concepto de paisaje sereno e idealizado”.
Hacia 1590, el
Manierismo había dado lugar a un tipo de obras que, a pesar de su perfección
técnica, se habían alejado de la fuente contenedora de la belleza ideal: la
naturaleza, por lo que los hermanos Carracci, procedentes de Bolonia,
comenzaron a elaborar un tipo de paisaje donde ésta tenía gran preminencia. No
representaban una naturaleza completamente desnuda, pues funcionaba como marco
de acciones humanas de carácter mitológico y religioso, pero estas acciones, en
lugar de restarle protagonismo, incrementaban su dignidad, haciendo germinar la
semilla que, posteriormente, llevaría a hablar de paisaje ideal…
Como en El
monje frente al mar de Friedrich, en Las
Cataratas de San Antonio (1880-1887), de Albert Bierstdat, un diminuto
hombre contempla de espaldas la grandiosidad del inmenso paisaje que se revela
frente a él… Y es que, en la primera mitad del siglo XIX, durante el
Romanticismo, el ser humano comenzó a ser consciente de su insignificancia
frente a la inmensidad de la naturaleza, frente a la imposibilidad de controlar
un paisaje que ahora se tornaba sublime. Fue entonces cuando comenzó a
fraguarse la tragedia latente en toda la pintura del siglo XX -presente en
obras de pintores como Gauguin, Derain o el propio Picasso-: el deseo de
recuperar esa vida en comunión plena con la naturaleza y la absoluta imposibilidad
de poder hacerlo.
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