(PUBLICADO EN EL CULTURAL DEL DIARIO DE CASTILLA LA MANCHA EL DOMINGO 21 DE OCTUBRE DE 2012)
“He aquí al hombre (…) Y un pueblo,
una casa, una tarea (…) Desde el amor y por el amor al arte”, señalaba el poeta Carlos
de la Rica. He aquí a Florencio de la Fuente. Sí, a uno de esos hombres que permiten
seguir diciendo “he aquí” en lugar de “había aquí”, aunque ya no estén.
No es la vida
algo que perdure siempre. Ya lo decían las palabras de una anciana llamada
María al hablar del Hospital Inglés que estuvo ubicado en el Convento optense
de la Merced. “Aquí olía a muerte”, espetaban… Pero sí algo que, pese a su fatídica
finitud, procura frutos perdurables en el tiempo cuando cae en manos de alguna
persona de vista -o visión- privilegiada.
Razón llevaba
María al recordar aquel lugar: a él llegaban heridos de guerra durante la
contienda civil que asoló España en los años treinta. Pero poco faltaba ya entonces
para que comenzase una andadura que, con el tiempo, haría del mismo un bello museo.
La causa por la que hoy hablar de uno de esos ejemplos en los que la “Fama”
-entendida al modo renacentista- perpetúa la vida de una persona aun cuando
ésta ya no está.
Museo Folrencio de la Fuente (Sala de Columnas) |
Imagínese a un
joven conquense dejando su pueblo natal -Villanueva de Guadamejud- allá por los
años cuarenta para instalarse en Madrid. Camino del Museo del Prado deparando con Benjamín Palencia y con Vázquez
Díaz. Discutiendo con Pedro de Matheu y con otros tantos pintores del momento acerca
de lo que entendía o no por belleza.
Recuérdesele
así: visitando museos y entablando amistad con artistas. Dejándose seducir, en
definitiva, por lo que la capital tenía que ofrecerle hasta que al fin, en los
años cincuenta, se decidiese a adquirir por 1500 pesetas un paisaje de
Alejandro Camas -su primera obra-.
Desde
entonces Florencio viajaba, veía, comparaba y apreciaba cuanto caía en sus
manos. Visitaba las grandes urbes europeas y estadounidenses. Conformaba su
gusto en Bienales y adquiría obras. Pero después, regresaba a su tierra. A su
pueblo, Villanueva de Guadamejud -donde nació un diez de Mayo de 1926-. A la monumental
ciudad de Huete…
Hacia
esta ciudad repleta de historia Florencio dirigía sus pasos para llevar y traer
obras, para mostrar a la sociedad los frutos de toda una vida como
coleccionista de obras de arte, tanto en el Museo que lleva su nombre como en
la Fundación de la que ha sido titular.
Museo Florencio de la Fuente (Sala de Columnas) |
Véase
en ellos -sin olvidar lo que ofrece el Museo que se halla en Requena
(Valencia)- gran parte de una colección integrada por casi dos mil obras.
Piezas de autores como Pablo Picasso, Salvador Dalí, Camille Corot, Francisco
Bores, Gerardo Rueda, Luis Gordillo, Alfonso
Bonifacio, Gregorio Prieto, Miguel Ángel Moset, Javier Mariscal, Jaime Plensa,
Oswaldo Guayasamín, Miguel Ángel Zapata o Rafael Lapuente...
Pero
de pronto, atrae especialmente una: Ruedo
Ibérico. Esa obra de autoría anónima que hay nada más entrar en la “Sala de
Columnas” del museo optense (ubicado en las dependencias del antiguo Convento
de la Merced). Resulta curioso que de los muros de un lugar que alguna vez “olió
a muerte”, cuelgue una obra que la celebra. Pero también que, pese a fallecer
el pasado 16 de Octubre a los 86 años, aquejado de una pulmonía en el Hospital
Virgen de la Luz de Cuenca, Florencio de la Fuente siempre permita afirmar “he
ahí”, que no “había ahí” el hombre, pues, como diría el mismo De la Rica,
“pocas veces ha salido del pozo rural viajero semejante”.
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