Recuerdan los más mayores que el hornero se negó a que, como una ofrenda al propio
diablo, se asase esa cabeza sagrada en su asador, sumándose a las cenizas de
todas aquellas tallas que habían caído presas de una especie de conjuro, pero
no corrió la misma suerte el resto del cuerpo tallado que, emanando aún mayor
dolor, hizo que sus llagas pasasen a horadar la memoria de un pueblo que aún
recuerda cómo una de sus tallas más valiosas quedó mutilada para siempre.
No es que esa bella talla no
pudiese ser ya reparada, pero se hizo del todo imposible que fuese acompañada
alguna vez más de ese cuerpo de madera que, si lo que se dice es acertado,
salió de la mano del escultor murciano Francisco Salcillo (1707-1783), seguidor
en el siglo XVIII de la tradición imaginera que a tan altas cotas había llevado
Gregorio Fernández en el XVII haciendo de la talla de imágenes procesionales de
La Pasión una de las expresiones más genuinas del arte español.
Hablamos de la imaginería
procesional española que, con antecedentes en el siglo XVI, cobró esplendor en
el XVII, durante el Barroco, en Castilla la Vieja, y se perpetuó, aunque
cediendo en dramatismo, en el XVIII en Murcia, pero también, de esa cabeza que,
habiéndose librado de las llamas del hornero allá por los años treinta del
pasado siglo, hoy reposa sobre un cuerpo de escayola que alberga una de las
hornacinas del ala norte de la Iglesia de la Natividad de Nuestra Señora de
Carrascosa del Campo: el de Cristo Amarrado a la Columna.
No ha de darse por cierto sin
más aquello que se ha ido transmitiendo de forma oral a lo largo del tiempo si
no se halla confirmación documental, pero hay ocasiones en las que no sólo la
calidad de una obra de arte hace que pueda concederse cierta credibilidad a
algo así, sino también, la casualidad o capricho del destino hasta hacer que
cobren fuerza afirmaciones -en este caso atribuciones- cuya veracidad de otro
modo caería en mayor medida en entredicho.
Hay quienes, sin menoscabar su
gran valía artística, han señalado que la cabeza mencionada pudo salir del
taller de un imaginero castellano y no de la mano del escultor Francisco
Salcillo, como siempre se ha sostenido, pero lo cierto es que la expresión del
rostro de la misma muestra un dolor contenido, quizá, pese a su carácter
sufriente, más que el que mostraría el de una talla procedente de un taller
castellano, y también, que la casualidad, como ya hemos señalado, hace que la
atribución mencionada cobre un sentido especial.
Junto la autoría de Fracisco
Salcillo de esta talla de Jesús Amarrado a la Columna, de la que en la
actualidad únicamente pervive la cabeza, se ha transmitido que el imaginero que
la realizó la hizo a semejanza de otra cuyo autor al realizarla escuchó: “Con
qué ojos me miraste que tan bien me imitaste”, y cuál es la sorpresa al
comprobar que J. Delfín Val y F. Cantalapiedra en su libro sobre Semana Santa
en Valladolid, pasos, cofradías imagineros, sostienen que Gregorio Fernández,
quien en el siglo XVIII fue imitado por escultores como Francisco Salcillo,
cuando estaba realizando una de sus imágenes de Jesús Amarrado a la Columna,
escuchó las mismas palabras.
No entro a valorar la veracidad
de las mismas ni del suceso en cuestión, pero sí a decir que, si nos atenemos
al valor de esta bella talla y a la coincidencia entre el mensaje transmitido a
lo largo del tiempo sobre la misma y el difundido por los historiadores
mencionados sobre Gregorio Fernández, cabe la posibilidad de que fuese
Francisco Salcillo quien realizó en el siglo XVIII la imagen de Cristo Amarrado
a la Columna de Carrascosa del Campo, y de que además, lo hiciese a semejanza
de otra de ese gran imaginero que fue Gregorio Fernández, siendo por ende el
autor de esa bella cabeza que antaño se libró de arder en el horno y que podrá
recorrer un año más, y otro, y otro, y otro…, el día de Jueves Santo, las
calles del pueblo haciendo que esas palabras procedentes del cielo resuenen en
el corazón de todos aquellos que alcancen a contemplarla.
PUBLICADO EN CUENCA CULTURA
EL 27 DE MARZO DE 2013
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