Cuenta un amigo de Julio Romero de
Torres al evocar la figura de éste cuando ya había muerto, que un paseo que
ambos dieron por la ciudad de Córdoba se convirtió en un continuo asalto
femenino al paso del pintor. “¿Quiere ver a una niña que tiene el pie bonito,
pero bonito de verdad? No hace falta decir que al punto van allí ambos” -señala que le refería Romero-.
Los dos
amigos admiraron la mano y el brazo que una joven ojerosa enseñaba tras un
biombo, el hombro al descubierto de otra que asomaba con un cántaro en los
brazos y todos cuantos fragmentos femeninos encomiables atisbaban a su paso.
Parece que quisieran componer, escogiendo la parte del cuerpo más bella de las
mujeres más hermosas, a aquella mujer de belleza ideal.
“Y al día
siguiente -prosiguió relatando el amigo- en el estudio del pintor, pude
encontrar reunidos en sus cuadros el pie, las manos, los ojos y los diferentes
trozos de Córdoba que había visto el día anterior desperdigados por sus
calles”.
Pues bien,
son esos trozos de Córdoba, esos pedazos de Andalucía que Julio Romero de
Torres (Córdoba, 1874) llevaba a sus telas, aquello que, con motivo del estreno
de “¡Ay amor!” -de Herbert Wernicke- en el Teatro de la Zarzuela, la Academia
de Bellas Artes de San Fernando muestra hasta el día 21 de Octubre.
Julio Romero de Torres, Celos, 1920 |
Es la muerte
aquello a lo que el amor arrastra en la expresión más honda del pueblo andaluz:
el Cante Jondo (1922-1924), que,
reivindicado entre finales del siglo XIX y principios del XX por creadores
andaluces como Julio Romero, Manuel de Falla o los hermanos Machado, inspira
una de las principales obras de la muestra.
Y es que, en
un momento en el que los intelectuales de la Generación del 98 andaban buscando
una imagen de España que suplantara a la de un país romántico -identificada
además con Andalucía-, éstos optaron por transmitir en sus obras el profundo
sentimiento que inspiraba al folclore andaluz.
“Pudiera ser
cada uno de los lienzos de Julio Romero una copla y a la vez un salmo
penitencial” -decía el pintor Cansinos Assens-. Pero este salmo de enmienda no
rinde pleitesía más que a la consagración del propio pecado; a la entronización
de esos desvaríos pasionales a los que conduce la experiencia erótica de lo
prohibido.
Provoca la
muerte el alma corroída por los celos de Conchita
Torres (ca.1919-1920). La anuncia la
faca que esa Nieta de la Trini (1929)
recostada empuña con firmeza. Pero es que las mujeres de Romero de Torres
-mujeres de la copla- son seres llenos de malicia; personajes atormentados a
quienes los remordimientos carcomen el alma.
Julio Romero de Torres, Mujer en oración. |
Véase esa
virgen paganizada que aparece en Nuestra
Señora de Andalucía (1907) o esa Mujer
en oración que desvía la mirada de su devocionario para pensar en la escena
de cortejo que acontece al fondo. Femes
fatales a lo castizo que simbolizan el drama andaluz de la mujer caída y
que hacen del momento en el que su conciencia aún está pecando la razón
-inevitable ya- de su existencia.
Pero las
obras de Julio Romero de Torres no sólo destacan por su riqueza simbólica y
erótica -tomada en parte de la pintura finisecular-. También lo hacen por
aquellos recursos compositivos y elementos de otra índole que el pintor asió de
la pintura renacentista italiana y de los pintores de la escuela española
durante sus viajes por Europa y Madrid.
La presencia
de una escena al fondo que explica lo que sucede en el primer plano de sus
obras es habitual en la pintura veneciana. La simetría y frontalidad envueltas
de un halo de misterio y sombras, propias de las obras de Leonardo. El
tratamiento de una realidad trágica sobre negros y verdes amanerados, de
aquellas obras que se consideran genuinamente españolas.
Y es que,
junto a pintores como José Gutiérrez Solana, Ignacio Zuloaga o los hermanos
Zubiaurre, Julio Romero de Torres se cuenta entre los exponentes de la “España
Negra”. Pero también, y según sus defensores a ultranza -Ramón del Valle Inclán
y Manuel Abril-, entre aquellos del estilo idealista.
El pintor no
apela a esa sensualidad idealizada que mostraban los naturalistas levantinos.
Pero, sumando los fragmentos más bellos de las mujeres más hermosas que
avistaba por Córdoba, logró que alguien dijera alguna vez que en sus obras
“bellas matronas ofrecen el vino toscano en jarras castellanas”.
Todo sea en
pro de una belleza ideal…
PUBLICADO EN DESCUBRIR EL ARTE EL 8 DE OCTUBRE DE 2012
PUBLICADO EN DESCUBRIR EL ARTE EL 8 DE OCTUBRE DE 2012
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