ARTÍCULO PUBLICADO EN LA REVISTA ALCAZABA (Nº 40), EL 1 DE FEBRERO DE 2013
Huele a petróleo, al aroma que
desprende el combustible de esa vieja lámpara al mezclarse con el del aceite de
linaza. La llama va y viene, pero aún permite dar unos pasos para comprobar que
el desorden sigue igual: ¿el de qué? Es complicado abrirlo, a no ser que un
poco de aceite desengrase ese cajón. Pero es mejor así. Huele…, huele…, huele a
rancio, el polvo se queda entre los dedos, ya sucios, que revuelven entre cajas
de cerillas, flores de plástico, ratones blancos, ¡sí, ratones blancos! La vida
entre ratones es mejor, entre ratones y retales viejos que les sirvan de
alimento. Retales de colores, de diferentes formas y colores…
Amanece. Ya queda menos para dormir,
para dormir y salir de este barco, o lavadero, o qué sé yo, porque ni es barco
ni lavadero, ¿o sí? (1) Lo cruzo. Cruzo de nuevo el puente
para acudir una vez más. Para acudir…, para acudir…, y ahí me quedo, colgado…,
colgado de ese hilo del que pende la ilusión, pues ilusoria es la pirueta de
ese acróbata en el aire burlando la fuerza de la gravedad. Y salto de nuevo, y
salto y subo, y bajo, y voy y vengo hasta salvar esas tortuosas escaleras y
rebuscar de nuevo entre el desorden.
Y ahí siguen…, ahí siguen esos viejos
retales de colores, esos viejos harapos que ahora adoptan la forma de rombos; de
rombos azules, verdes, rosas..., de rombos que conforman el mosaico de la
creación, ¿pues qué es aquella sino el lugar donde se funden -o confunden- lo
real e imaginario? ¿La verdad y el artificio?
Mírenme a mí, en medio de un
polvoriento camino bajo la piel de un personaje que no soy yo, que reconozco y
no lo hago, que admiro y extraño, porque es extraño ese arlequín que vuelve
mientras su familia va, porque es su familia, ¿verdad? “¿Pero, quiénes son,
dime, los errantes, esos hombres aún más fugitivos que nosotros mismos?”(2) ¿Esos trashumantes que tan bien encarnan nuestra existencia?
“En Roma, durante el Carnaval, hay
máscaras que en la mañana después de una orgía, que acaba a veces con un
asesinato, van a San Pedro (…). Bajo los oropeles relucientes de esos saltimbanquis
hay jóvenes del pueblo versátiles, astutos, hábiles, pobres y mentirosos” (3). ¡Sí, mentirosos!, pues “las madres
primíparas no dieron a luz a un hijo, dieron a luz a futuros acróbatas, y entre
ellos, a monos familiares (…)” (4): enfermizos,
destruidos ¿o destructivos? A personajes cuya vida ha quedado vagando entre la
realidad y la ficción, entre la creación y la destrucción, ¿pues qué es aquello
que ocurre cuando la faz se oculta tras una máscara? ¿Qué aquello que sucede
cuando la ilusión se sobrepone a la realidad? ¿O la realidad es ilusión?
Nada
importa ya. Nada lo hace ya bajo la piel de un uniforme de rombos de colores. O
de un maillot de color arena. O de un bufón que no tiene piernas. Porque no, el
viejo y gordo bufón se mantiene en pie sin piernas… Sostenido, quizá, por aquella
pulsión que hace vivir tras una mueca durante un instante para desvanecerse
después. Para avenirse a un mundo marginal en el que los colores empalidecen,
los gritos se vuelven sordos, los aplausos no se oyen…
“Por
dondequiera, gozo, lucro, liviandad, por dondequiera, certidumbre del pan de
mañana, por dondequiera, explosión frenética de la vitalidad. Aquí, miseria
absoluta, miseria embozada, para colmo de horror, en harapos cómicos”(5):
en retales que se hilvanan para componer el juego de la creación, ese impulso
creador y a la vez destructor, ese número que hace que la vida divague entre la
verdad y la mentira, la decepción y la ilusión.
Y
cruzo de nuevo el puente. Y abro de nuevo el cajón. Y deambulo por ese barco
lavadero, ¡o qué se yo! Porque la vida es ahora de color de rosa… ¿o no?, de
color de rosa: sí, el color que adopta la tragedia cuando se dulcifica entre acrobacias...
¡Pero no! Y cruzo de nuevo el puente…
NOTAS:
(1) Max Jacob llamó Batoir-Lavoir a esa extraña nave
deteriorada que a principios del siglo XX se convirtió en el centro de la
bohemia en París, por accederse a ella a través de una especie de puente
similar al que había que cruzar para acceder a los barcos. En ella vivió y tuvo
instalado su taller Picasso desde 1904 hasta 1909.
(2)
El poeta Rilke dijo estas palabras
al referirse a los saltimbanquis que comenzó a pintar Picasso durante su etapa
rosa.
(3)
APOLLINAIRE, G., Picasso, peintre et dibujante, París,
1905.
(4)
APOLLINAIRE, G., Manuscrito de los saltimbanquis, 1905.
(5)
BUDELAIRE, CH., El viejo saltimbanqui, Biblioteca
digital Ciudad Seva.
(6)
Ibídem.
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