ARTÍCULO PUBLICADO EN LA REVISTA ALCAZABA (Nº 46) EL 1 DE SEPTIEMBRE DE 2013
Revolotea la
golondrina sigilosa camuflada por la luz
de la mañana, que hace que la piedra se vuelva azul hasta fundirse con el
cielo, porque el cielo es azul y en él habitan las nubes: esponjas de agua
evaporada que, mezclada con la luz de la Aurora, hace que el hastial
desaparezca, desvaneciéndose con la bruma que ciega al animal de vuelo al
asistir a la función matinal.
La piedra se vuelve blanca, azulada, violácea, del color con el
que la naturaleza caprichosa tiñe la luz que procede del cielo, del sol
naciente, del Astro Rey: aquel que atravesaba las vidrieras y se tornaba en luz
coloreada dando sentido a la oración y que ahora se disuelve junto a los
colores del círculo cromático en que se ha convertido el rosetón que, al paso
de la luz, fundía el Cielo con la Tierra.
Al Cielo ya no llega el eco de los Maitines, atrapado en las
sombras que la luz perfila en la fachada determinando la hora del día en que el
pintor se sentaba frente a ella, el color de la atmósfera que de su retina
viajaba a la conciencia plasmándose en un lienzo especular que refleja la
fugacidad de los efectos de la naturaleza, las variaciones lumínicas que llevan
a que los cuerpos materiales, que no poseen color alguno, sean rojos, azules,
amarillos, violetas, verdes, naranjas.
Claude Monet, Serie La Catedral de Rouen, 1892-94 |
Tal cual La Catedral al
anochecer, o La Catedral, armonía
azul, sol matinal, o La Catedral,
siempre La Catedral, armonía azul y oro, que al instante puede ser plata, o
cobre, o aquello que sobre el caballete del pintor, instalado a plein air, se plasme tan rápido como la
instantaneidad que su percepción le permita, y que puede ser luz, y otra vez
sombra, ora oscuridad, ora claridad.
La piedra se vuelve blanca, violácea, rosada, y el gablete que se
dirige al cielo ya no apunta más que al desvanecimiento de una espiritualidad
que hace que la naturaleza se resuelva en una esfera donde ya no hay ángeles,
ni santos, ni Dios sino tan sólo colores. Y ahora plata, y ahora cobre, y ahora
oro, pues el sol inunda la conciencia, que no el espíritu, de luz, profanando
los colores que hasta ahora conducían al cielo y ahora no más que a sentir la
bruma de la mañana, la calima de la tarde, la humedad de la piedra que al
ofrecerse a la piel se vuelve algodón, desmaterializándose hasta casi
desaparecer junto al vuelo de la criatura que, cegada por la luz, inquiere una
y otra vez a Dios.
Y de nuevo se hace de día, y de noche, y en el sueño sólo hay
luz, y color, y de nuevo luz y otra vez color fijándose con apremio en la
retina, que tan pronto empieza a capturar su primera imagen se encuentra con
que ésta se desvanece, diluyéndose en medio de una función donde el motivo
siempre es el mismo pero su entorno cambia incesantemente: la luz que antes era
azul ahora es roja, y blanca, y verde. Y el ensueño que antes fundía el Cielo
con la Tierra para mostrar a Dios ahora no exhibe más que una atmósfera donde
la deidad es la Naturaleza propia: imposible de capturar, imposible de apresar
más que en una secuencia de impresiones huidizas donde lo esencial, que está en
ella misma y que a la vez es Dios, y la Eternidad, no se da a conocer pese a
que su apariencia antaño jugara a engañar al fiel haciéndole pensar que
habitaba en la suma de los colores que a través del vidrio teñían la luz.
Claude Monet, La Catedral de Rouen, 1892-94 |
Revolotea la golondrina sigilosa y altera el batir de sus alas
el ritual matutino, vespertino, nocturno, porque se hace de día, y de noche, y
de día de nuevo, asistiendo a la función en que la luz tiñe de color el templo
de una divinidad incognoscible, pues el rojo, y el azul, y el amarillo dan
lugar al verde, y al naranja, y al violeta, pero la luz que les otorga vida y
que procura (…) armonía azul y oro, y
(…) armonía azul, sol matinal, y cada
una de las obras que integran la serie que sobre la Catedral de Rouen Monet
pintó entre 1892 y 1894, incide en la
fachada, resbala entre sus formas apuntadas, atraviesa el cristal de sus
vitrales y se esfuma cuando apenas ha comenzado a fijar la imagen divina en la
esfera de la retina.
Claude Monet, La Catedral de Rouen, 1892-94 |
Excelente María ;)
ResponderEliminar¡Gracias José Luis! Un beso!!
ResponderEliminarGracias por esta catedral según pasan las horas que nos dejó Monet
ResponderEliminarGracias a ti Olga. Un saludo.
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